Una revolución sin nada que celebrar
- T+
- T-
s llamativo que el único ámbito en que el chavismo intenta porfiadamente mantener una pretensión democrática es el electoral. El gobierno de Nicolás Maduro no se inmuta por el fracaso de su modelo económico (evidente en el desplome de su aparato productivo), el fraude de su experimento social (evidente en la crisis humanitaria y el éxodo de millones de venezolanos) ni la represión dictatorial de su gobierno (evidente en las gravísimas violaciones a los derechos humanos constatadas por la ONU). Sin embargo, el régimen caraqueño se aferra a la supuesta legitimidad que, sostiene, le otorgan los resultados electorales, pese a ser vistos como fraudulentos por la mayor parte de la comunidad internacional y los organismos especializados desde tiempos de Hugo Chávez.
Pero incluso a la luz de esos nefastos antecedentes, la elección parlamentaria del domingo antepasado fue especialmente cruda en la pantomima democrática que quiso desplegar, en un fallido intento por invisibilizar los vicios del proceso, desde la chocante campaña oficialista (“El que no vota no come”, amenazó el segundo de la cúpula) a la opacidad del sistema electoral y la falta de escrutinio externo. Sin observadores internacionales, sin participación de los principales partidos de oposición y con una abstención del 70%, la victoria del chavismo fue una derrota para Venezuela.
La oposición debe hacer su propio análisis. No sólo retrospectivo, para entender cómo llegó al mal pie en que se encuentra hoy, sino sobre todo para enfrentar una siguiente etapa fuera de la Asamblea Nacional, es decir, virtualmente sin presencia institucional. La comunidad internacional debe intensificar la presión diplomática —decenas de países no reconocen validez a los recientes comicios, entre ellos, Chile—, pero el apoyo político y económico a la oposición será más complejo (y tal vez polémico) sin la unidad que confiere estar en el Legislativo.
Venezuela es una ex potencia petrolera que hoy importa gasolina y exporta refugiados; una “democracia popular” que persigue, encarcela y tortura a sus opositores. La revolución ha ganado otra elección, pero no tiene nada que celebrar.